¡Prepárate para sentir la ciudad!
DE BAILE CON IRLANDA
Eran las 7 de la noche cuando llegué a la Cervecería Gigante para acompañar a los irlandeses en Bogotá, y festejar el famoso Saint Patrick’s Day (el día de San Patricio). James, un viejo amigo irlandés, me había hablado de lo importante que era para ellos reunirse en comunidad, todos los irlandeses se ponían cita en diferentes lugares para celebrar, junto con los bogotanos que quisieran unirse, aquella tradición; uno de esos lugares era la Cervecería Gigante en el barrio del 7 de Agosto, evento al que James me invitó.
Llegué expectante, decidida a hablar con cuanta persona se me atravesara, iba resuelta a preguntar todo lo que se me ocurriera e incluso, por qué no, practicar mi mediocre inglés. Realmente nunca imaginé que en Bogotá hubieran tantos irlandeses instalados, la fila en la cervecería se extendía media cuadra, las personas que se formaban esperando que les dieran ingreso, generaban un contraste de colores entre rojo irlandés, trigueño rolo, y hasta chocolate san andresano.
Entré temerosa al principio, James no me acompañaría todo el tiempo y yo debía defenderme como pudiera. Saqué mi cámara y comencé a usarla como excusa para acercarme sin mucho riesgo de ser rechazada. Amablemente todos me acogían dentro de sus respectivos grupos y comenzaron a hablarme en español con un acento bien particular.

Entre los irlandeses que conocí, estaba David. Llevaba 12 años en Colombia, era amigo de James y venía con una ONG (como la mayoría de irlandeses y extranjeros que estaban allí reunidos). David vino a Colombia para trabajar con comunidades vulnerables y víctimas del conflicto armado que existía en ese entonces. Ahora es consultor independiente, pero siempre se ha enfocado en la construcción de paz.
David me contaba que la comunidad de diplomáticos tiene su sede principal en México, pero trabajan con la firme intención de fortalecer la presencia de irlandeses en Colombia, es por eso que la embajada busca generar comunidades amplias que puedan reunirse, integrarse y compartir.
¿Qué sabía David, antes de venir, sobre Colombia? Antes de hacer la tesis para su maestría en Economía Política, sobre “conflicto armado en Colombia – Economía de Guerra” no había escuchado absolutamente nada sobre Colombia. Claro, nada más que sobre Pablo Escobar.

Tuve la oportunidad de hablar con un par de personas más, y sus historias se asemejaban mucho a la David. No podía evitar pensar en lo curioso que es darse cuenta que en ocasiones la gente de afuera le tiene más fe a Colombia que la que le tenemos nosotros mismos como colombianos, muchos vienen desde sus países a trabajar por nuestro país, incluso con más entrega y pasión que quienes aquí nacimos y vivimos.
Dentro de la cervecería, se alistaba la banda encargada de ambientar la fiesta. Una banda de colombianos con alta experticia en la interpretación de música irlandesa. Yo no lo podía creer. En principio no muchos tenían confianza del talento de los muchachos, pero cuando el violín, el acordeón y la bandola empezaron a sonar, irlandeses y colombianos empezaron a brincar y a bailar unos con otros. Me maravillaba al ver cómo dos culturas se gozaban un mismo baile. Ellos tan apropiados, y nosotros trastabillando e improvisando pasos de salto en salto. ¿Ellos? ¿Nosotros? No. Éramos uno solo.
Yo intentaba poner atención a los pasos de baile, pero me daba pena meterme en el círculo e intentarlo. En un momento de la noche me topé con un san andresano que había bailado con tanta habilidad, que llegué a pensar que a lo mejor sí era de “por allá”. Le pregunté cómo hacía para bailar tan bien si nunca había viajado a Irlanda, ni mucho menos había tomado clases (según lo que él me contó), y me decía que la clave estaba en perder la pena. “Imagínate el ritmo que más te guste bailar, una salsa o una champeta, luego siente la música que escuchas y luego salta, eso es todo. Qué pena ni qué nada”.

Luego de la primera tanda musical, los irlandeses andaban por la cervecería con las mejillas rosadas como tomate, la cerveza estaba a la orden y ellos, haciendo merito a su fama de buenos bebedores, tomaban sin parar.
Mientras capturaba fotos al azar, observaba cómo un solo color se destacaba entre los demás; todos llevábamos algo verde que nos uniera con San Patricio, aunque realmente nos uníamos con Irlanda. Para esa fecha toda Bogotá se pintaba de verde, desde la Torre Colpatria hasta los diferentes pubs distribuidos por toda la ciudad. Probablemente no muchos tengan idea de quién fue San Patricio, quizás sólo unos cuantos se sentían parte de la celebración, pero, más allá de San Patricio, lo importante era unirnos como comunidad diversa, eso es lo que me encanta de Bogotá.
Ver a los irlandeses tan a gusto, sintiéndose en casa, me llenaba de satisfacción. Sus rostros al posar para las fotos y la manera en la que cada uno me contaba su historia mientras sus ojos miraban hacia arriba para recordar, y mientras miraban, se iluminaban con ese destello de ilusión que hacía de su historia, una maravilla, me conmovía profundamente. Podría dedicar cientos de páginas a cada uno de los irlandeses con los que hablé, pero reproducir sus narraciones sería quitarle magia al relato.




Algunos se vinieron a la brava, dejaron atrás a su familia y sus cosas para poder venir y establecerse, otros vinieron por alguna circunstancia y aquí se quedaron, como James que conoció a Karen, su esposa barranquillera, y entre ambos formaron un hogar al que hace poco se sumó un nuevo integrante. Todos concordaban, se habían enamorado del país y lo demostraban al hablar, al interactuar, al aplaudir con euforia al grupo musical de colombianos que rendía homenaje a su cultura por todo lo alto.
La comunidad irlandesa en Bogotá es inmensa, yo sólo tuve la oportunidad de conocer una pequeña parte de ella y me encantó. Los irlandeses que conocí vienen dispuestos a dar y recibir, a ofrecernos sus aportes con las diferentes ONGs, mientras nosotros los contagiamos de “sabor”, caos y ese calor de hogar. “Allá todos somos muy independientes” me decía uno de ellos.
De repente no es difícil pensar que como ciudad estamos creciendo, que los espacios nos abren las puertas para conocer mucho de otros lugares sin salir del casco urbano, es como si viajáramos, solo que ese paseo imaginario por Irlanda, hizo que me llenara de ganas por viajar de verdad, por conocer, por llevar algo de mí y tomar lo mejor de la experiencia para trabajar por mi país.
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Escrito por: Sofia Tribin
Fecha de publicación: Abril 21 2017
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