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Doña Katarina Markovich nos recibe en Belgrado. Llegó a Bogotá hace catorce años, la trajo el amor. Conoció a un hombre en su Serbia natal, y se vino con él. El amor por el hombre no duró tanto como el amor por nuestro país. Se divorció, abrió su restaurante de comida serbia en el barrio La Macarena, y allí está luego de doce años próximos a cumplirse.

Katarina  Abre su olla para mostrarnos los envueltos de pollo fermentado, el aroma es invasivo y delicioso. No había nada extraño, son envueltos de pollo que jamás había comido, sabores que nunca en mi vida probé, todo lo hacía con productos nacionales.

La kufta: carne molida cocinada a la parrilla y sasonada al estilo árabe; o la Baklawa: un postre de hojaldre con almendras; e incluso el Falafel, que son croquetas de garbanzo. Rasha, un hombre cien por ciento musulman, llegó a Colombia aventurando, conociendo. También se enamoró y decidió regalarnos un poco de su cultura.

A diferencia de  Belgrado, no todos los productos del Marrakesh son colombianos, importa desde Marruecos las especias y el Tahine (crema de ajonjolí) para sazonar su comida. Este restaurante permite un intercambio de sabores en el que Rasha nos brinda un poco de allá, y lo complementa con otro poco de acá para hacer sus comidas y platos con gran éxito. El Marrakesh no prepara sólo comida marroquí, también ofrece una amplia gama de comida árabe.

No sólo se trata de la comida, en los muros de ambos restaurantes cuelgan elementos simbólicos que les permiten a ellos sentirse más cercanos a su país, aun cuando están en un lugar tan lejano y diferente

En Belgrado doña Katarina adorna sus paredes con imágenes inmensas de sus líderes serbios “mis héroes serbios de siglos pasados” dice; al lado, tiene un muro dedicado a su restaurante, reposan en él decenas de publicaciones en diferentes periódicos, desde el New York Times, hasta el El Tiempo, y en una de esas tantas publicaciones, Belgrado aparece entre los mejores 25 restaurantes de Bogotá en el 2014. Ella muestra su nota enmarcada orgullosa, y posa para la foto.

El Marrakesh brilla y llama la atención desde la calle vecina, con sus luces y lámparas coloridas colgando del techo, con la representación de sus templos sagrados, pintados en la pared. Los meseros atienden con unos gorritos más o menos cafés, decorados con lentejuelas, y brillantes de un color que combina perfecto. El lugar es pequeño pero realmente da la sensación de estar en otro lugar, uno puede sentir que logra escapar por un rato de la ciudad cotidiana.

Mirar a Rasha y a doña Katarina, mientras cocinan y hablan, todo al mismo, da excelente muestra del cariño que sienten por lo que son, por el lugar del que vienen, y por lo que hacen; a mi parecer, la conjugación perfca. Uno puede pensar que más que comidas, más que el intercambio cultural tan importante y creciente en los últimos tiempos, ellos aportan magia, una magia que sólo puede transmitirse con verdadera pasión.

Bogotá nos regala a sus habitantes la fortuna de viajar sin límites, cero restricciones. No necesitamos un pasaje de avión para conocer, para aprender, para intentar comprender otro idioma u otro lenguaje. Viajar enriquece el alma, pero  también es enriquecedor ver cómo quienes viajan con destino a nuestro país nos enriquecen a nosotros. Cómo, a pesar de ser de culturas tan distintas, logramos el complemento.

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DE TRAVESÍAS Y SABORES

Podríamos imaginar que tomamos un avión, el avión de la cocina internacional, y vamos a cualquier parte en el infinito universo, saboreamos un “La Kufta” y sentimos que realmente hemos llegado a algún lugar. No basta. Las opciones son muchas y existe una amplia variedad de sabores por disfrutar.

Tomamos nuestro avión imaginario y el paladar se estremece de nuevo ante el placer de sentir el sabor intenso de unos envueltos de pollo fermentado relleno de carne molida y tocineta, bañado en paprika y aceite. Podemos cerrar los ojos y, con el sabor de los condimentos, sentir melodías lejanas, nuestro cuerpo se transporta realmente. Nuestro paladar viaja y llega más allá de lo que nuestra imaginación alcanza. Todo en Bogotá.

Escrito por: Sofía Tribín

Fecha de publicación: Abril. 18/2017

Podemos caminar un poco más hacia el norte, pero parece como si hubiéramos tomado (de nuevo) un avión ahí mismo en La Macarena y llegáramos a otro continente, en realidad sólo cambiamos de barrio. El Marrakesh nos da la bienvenida, llegamos a Marruecos y una inmensa gama de comidas con nombres extraños nos hace dudar por un instante.

MÁS ALLÁ DE LA COMIDA…

La cocina es el claro ejemplo de la tolerancia que necesita nuestra sociedad para lograr ser maravillosa, como la comida serbia hecha con corazón serbio, e ingredientes “criollos”; como el Falafel con especias importadas, pero garbanzos sembrados en nuestra tierra.

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